El arte de los seres humanos
Antes de la domesticación no nos importa lo que somos o qué aspecto tenemos. Tendemos a explorar, expresar nuestra creatividad, buscar el placer y evitar el dolor. Cuando somos pequeños somos salvajes y libres; correteamos desnudos sin timidez y sin juzgarnos a nosotros mismos. Decimos la verdad porque vivimos en verdad. Nuestra atención está en el momento, no le tenemos miedo al futuro ni estamos avergonzados del pasado.
Tras la domesticación, intentamos ser suficientemente buenos para los demás, pero ya no somos lo bastante buenos para nosotros mismos, porque nunca podremos cumplir con nuestra imagen de perfección. Todas nuestras tendencias humanas normales se pierden en el proceso de la domesticación y empezamos a buscar lo que hemos perdido. Empezamos a buscar la libertad porque ya no somos libres de ser lo que realmente somos; empezamos a buscar la felicidad porque ya no somos felices; empezamos a buscar la belleza porque ya no creemos ser bellos.
Lo que estamos buscando es nuestro propio yo. Buscamos el amor porque hemos aprendido a creer que el amor se encuentra en algún lugar fuera de nosotros; buscamos la justicia porque en el sistema de creencias que nos han enseñado no hay justicia; buscamos la verdad porque sólo creemos en el conocimiento que hemos almacenado en nuestra mente. Y, por supuesto, seguimos buscando la perfección porque ahora estamos de acuerdo con el resto de los seres humanos en que “nadie es perfecto”.
Durante todos los años que dura nuestro crecimiento, establecemos innumerables acuerdos: con nosotros mismos, con la sociedad, con todas las personas que nos rodean. Pero los acuerdos más importantes son aquellos que establecemos con nosotros mismos mediante la comprensión de los símbolos que hemos aprendido.
¿Somos maestros de la verdad? No, somos maestros de una lengua, de una simbología, y esa simbología sólo es la verdad porque así lo hemos acordado, no porque sea realmente la verdad.
Cada uno de nosotros otorga un significado a cada palabra y no es exactamente el mismo para todos. Unimos palabras de la nada; las inventamos. Los seres humanos inventamos cada sonido, cada letra, cada símbolo gráfico. Todas las palabras en nuestra mente tienen un significado, pero no porque sea real, no porque sea la verdad. No es más que un acuerdo que establecemos con nosotros mismos y con las demás personas que aprenden la misma simbología. Las nuevas creencias chocan con las viejas creencias y la duda surge de inmediato: “¿Qué es correcto y qué es incorrecto? ¿Es verdad lo que aprendí antes? ¿Es verdad lo que estoy aprendiendo ahora? ¿Cuál es la verdad?”. La verdad es que nuestro conocimiento entero, el cien por cien del mismo, no es nada más que un simbolismo o palabras que inventamos por la necesidad de comprender y expresar lo que percibimos.
Si cobramos conciencia de esto, resulta fácil comprender que todas las distintas mitologías, religiones y filosofías del mundo, todas las distintas creencias y maneras de pensar, no son más que acuerdos que establecemos con nosotros mismos y con otros seres humanos.
por Dr. Miguel Ruiz
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