La idea de que el universo posee una forma de armonía secreta, incognoscible para el ser humano, se remonta al menos a la época de los llamados filósofos pre-socráticos, un grupo de autores igualmente misteriosos de quienes nos llegó apenas el eco vago de su pensamiento, anotado y comentado aquí y allá por otros que vinieron después que ellos y que tuvieron el beneficio de que sus palabras se conservaran.
Pitágoras fue uno de esos pensadores, destacado entre otros no menos eminentes (Zenón de Elea, Parménides, Heráclito, etc.). Fue además un pensador en quien la curiosidad por la realidad estaba acompañada de cierto esoterismo en su forma de entenderla y explicarla. De las conexiones que quizá nunca quedarán claras entre el remoto pensamiento de la India de los Vedas y la filosofía griega, quizá el punto más sólido de unión fue Pitágoras, cuya vida y obra se pierde, sin embargo, en las brumas del tiempo.
De Pitágoras sobrevivió, entre otras, la idea de la “música de las esferas”, una suposición sobre el ordenamiento del universo observable según la cual los astros estaban regidos por proporciones matemáticas no sólo fijas sino también musicales y armoniosas entre sí, tanto en su disposición como en su movimiento.
La idea resultó tan atractiva que de la época del filósofo griego (ca. siglo V antes de nuestra era) sobrevivió e influyó al menos hasta los días de Johannes Kepler, casi mil años después, quien dedicó una de sus obras a demostrar la veracidad de la hipótesis, atribuyendo a cada planeta observable una nota musical y una tesitura a partir de la distancia que los separa entre sí.
Por lo demás, parece justificado pensar que el postulado pitagórico también ha seducido, en todas las épocas, a la necesidad humana de encontrar orden, razón y acaso una causa última en ese caos que, de inicio, parece ser siempre la realidad y todo lo que ésta implica.
Este breve recorrido por la idea de la “música de las esferas” nos permite compartir una animación breve (ver video abajo) realizada por Norman McLaren y René Jodoin en 1969 para la Oficina Nacional de Cine de Canadá. En ésta, los artistas tomaron algunos fragmentos de los preludios y las fugas de El clavecín bien temperado de Johann Sebastian Bach, interpretados por su compatriota Glenn Gould, y los interpretaron visualmente siguiendo el motivo esférico.
Por supuesto, quizá de toda la música que se ha creado en Occidente, no hay ninguna que, de cierta manera exprese tan bien la armonía pitagórica universal como la de Bach, cuya perfección matemática ofrece por momentos la idea de que todo en el universo encaja, que nada hay que no tenga causa o explicación y que, en efecto, desde la brizna más ínfima hasta el planeta más inmenso ocurren siempre al ritmo de una canción que es posible escuchar sólo cuando de verdad ponemos atención a la música secreta de las esferas.
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Video:
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La Danza de Venus
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La Danza del Sol
En astronomía, el analema es la curva que describe la posición del Sol en el cielo si todos los días del año, se lo observa a la misma hora del día (tiempo civil) y desde el mismo lugar de observación. El analema forma una curva que suele ser una forma de ocho (8) o lemniscata (el ocho infinito). En la imagen puede observarse el recorrido y posición del sol desde el día 21 de junio al 22 de diciembre, pasando por los solsticios y los equinoccios.
Es posible obtener un analema poniendo una cámara fotográfica fija (mediante un trípode) apuntando a una posición dada en el cielo (a ser posible un punto de la eclíptica) y cuando pase el Sol por el centro sacar una foto; tras 24 horas se repite la operación, sobre imprimiendo la foto del día anterior, y se repite el procedimiento para cada día del año. De esta forma, se obtiene una foto con una especie de 8 que representa un analema.
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NOTA. Ver el Libro Arteosofía: AQUI
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