por Jeff Foster
Todo está envuelto de una gran compasión. Pero no se trata de una compasión sentimental ni de una compasión narcisista, sino de una compasión intrínseca al hecho mismo de estar vivo, una compasión que parece la esencia misma de la vida, una compasión que parece latir en toda cosa viva, una compasión que evidencia que nadie está separado de los demás, que no existe nada separado, que tu sufrimiento es idéntico al mío y que tu alegría es la mía. Pero no porque se trate de un principio que hayamos leído en la biblia, que nos haya transmitido una persona a la que tenemos en muy alta estima y consideración porque ésa parece ser la esencia misma de las cosas, la naturaleza de toda manifestación, puesto que todos somos expresión de algo infinitamente superior que nos trasciende.
La compasión está más allá de las palabras y más allá del lenguaje. La compasión, de hecho, trasciende toda idea de “compasión”, porque se origina en el hecho de que no existe ningún tipo de separación, de que la separación es una ilusión y de que, en realidad, nosotros somos los demás, que yo soy tú, que tú eres yo, que no podemos existir sin los demás, que yo no puedo ser sin ti y que, sin mí tú tampoco puedes ser. Y ésta no es una expresión de sentimentalismo insípido, sino algo muy real: nos necesitamos, estamos inextricablemente unidos y no podemos vivir sin los demás y sin todas las cosas que nos rodean. Todos estamos unidos y todas las cosas están unidas a todas las demás, lo que quiere decir que, en realidad, no existe ninguna “cosa” separada. Lo único que existe es la Unidad y la totalidad, sólo el Buda, sólo Cristo, sólo el Tao, sólo Dios, Nada existe separado.
Dios siempre ha estado ahí, en el momento presente, en medio de todas las cosas. Esa claridad siempre ha estado ahí, pero hemos pasado la vida mirando hacia otro lado e ignorando la evidencia. La mente de Buda siempre ha sido nuestra propia mente, pero hemos pasado años esforzándonos en alcanzarla. Cristo ha sido crucificado y resucitado, y camina entre nosotros, llenando nuestra vida de amor incondicional, pero nos hemos pasado la vida creyendo que estaba “en otra parte”, pero no en nuestra vida. Todo lo que siempre hemos querido se halla, siempre ha estado y siempre estará, frente a nosotros. Por lo que, siempre y en todo momento podemos acceder a la paz, el amor y la alegría. El amor puro e incondicional, el amor de Jesús, el amor de Buda y el amor que trasciende toda compresión constituye el fundamento de todas las cosas y la razón misma por la que todo ya está aquí. En realidad, siempre ha estado aquí, aguardando pacientemente el momento de nuestro regreso a casa.
Estás en casa y, lo que es más importante, que siempre has estado y que siempre lo estarás. Aún en medio de las lágrimas, del sufrimiento, de la oscuridad y de la desesperación, en todos esos momentos y en muchos otros, el Hogar de los Hogares siempre está ahí. La posibilidad de acceder al Reino de los Cielos y la Gracia de Dios siempre y en todo momento está presente, en las duras y en las maduras, en la salud y en la enfermedad, por los siglos de los siglos. En ese presente, lo único que hay es una sensación de ecuanimidad y de aquiescencia ante todo lo que aparece, la certeza profunda e inconmovible de que todo sucede como debe suceder, algo que incluye por igual el placer y el dolor, la ira y la alegría.
Seamos quienes seamos e independientemente del personaje que nos haya sido asignado en el gran juego de la vida, ese personaje emerge de algo infinitamente mayor que él. Este personaje no puede sostenerse en sí mismo, porque, como descubrieron los grandes filósofos existencialistas, carece de fundamento; por detrás de él está operando un poder mucho mayor, un poder infinitamente mayor. Le llamemos Dios, Tao o cualquiera de los mil nombres diferentes. Eso es lo que da origen a todas las cosas y en su ausencia, nada existe. No es algo que pueda ser alcanzado a través del pensamiento, porque Eso es lo que da origen al pensamiento. No es algo que pueda ser descubierto al final de una larga búsqueda, porque Eso es lo que pone en marcha toda búsqueda. Y tampoco, de hecho, es nada de lo que pueda hablarse, porque de Eso, precisamente, emerge el habla.
El secreto que tan desesperadamente buscamos a lo largo de nuestra vida se halla ya frente a nosotros, lo divino ya está presente en las cosas más ordinarias de la vida. Este instante es el único lugar en el que emergen todas las cosas y nada puede aparecer si no lo hace ahora. Cualquier idea que tengas de ti mismo sólo puede emerger en este instante. Todos los sonidos presentes, todos los sentimientos son sentimientos presentes y todos los pensamientos son pensamientos presentes. Todo lo que hacemos para estar más presentes y para estar más cerca de Dios lo que hace es intensificar nuestra alienación de la Fuente. Dios siempre está con nosotros. Y eso no es algo que podamos “lograr”, porque ya es. Ésa es, en realidad, la esencia misma de la Vida. ¡Qué auténtico regalo estar vivo, ahora, en este instante, en este cuerpo y en este lugar concretos, aunque todo sea impermanente y aunque, por más que busquemos, sólo encontremos vacuidad! De todas las infinitas posibilidades, estás aquí y estás ahora. Y, aunque no siempre será así, es ahora.
En este momento, “tú” (es decir, lo que crees ser) sólo existe como pensamiento, lo que significa que ahora, en este mismo instante, “tu” no existes. El individuo no “existe” como lo hace este árbol o esa flor, jamás puede tener esa solidez, esa certeza o esa forma concreta y definida. Nosotros carecemos de fundamento y flotamos en el océano de la nada. Como dijo Sartre, siempre estamos escapando de nosotros mismos, esforzándonos denodadamente en apresar lo que llamamos “yo” para acabar con un puñado de nada. Y eso genera una gran ansiedad, porque en algún lugar, en lo más profundo de nosotros, sabemos que nuestra realidad se asemeja a la de los castillos de arena. Por ello nos empeñamos en asentar cimientos, en echar raíces, en anclarnos, en aferrarnos a las cosas, en identificarnos con nuestro trabajo, con los demás, con las ideas, con las ideologías, con la expectativa desesperada de que todas esas cosas nos salven y nos proporcionen el ansiado fundamento del que carecemos. Nos identificamos con las creencias, los ídolos, las religiones hechas a imagen del hombre, pero todas las creencias existen en la sombra de la duda, lo que hace generar más ansiedad, porque, por debajo de todo, tememos que aquello a lo que más nos aferramos acabe disolviéndose. La evidencia última es que ya estamos anclados en algo que nos trasciende. Siempre estamos anclados en el momento presente, en el Dios que se encuentra más allá de Dios, en lo divino, por más que todo lo que hagamos da por sentado que no lo estamos.
Este es el milagro: tú (quienquiera que seas) estás aquí y ahora. Y no es necesario, para reconocerlo, pasear bajo la lluvia. Esto es así independientemente de cualquier condición. No necesitas, para ello, ser otra persona ni estar en otro lugar. Puedes empezar exactamente donde ahora estás. Ese es, de hecho, el único lugar desde el que puedes partir, aquí y ahora. Independientemente de lo que hayamos vivido, de lo que hayamos “descubierto” y de lo que hayamos “comprendido”, eso siempre está aquí y ahora, y el individuo (es decir, “tu”) que, tratando de encontrarse a sí mismo ha vivido, “descubierto” o “comprendido” todas esas cosas no era más que pensamientos, historias, creencias. La liberación consiste en ver a través de esta búsqueda. La liberación consiste en ver a través de todo el drama humano y de todas las cosas que, de manera muy literal, configuran nuestra vida.
La búsqueda implica una resistencia a lo que es, una resistencia que es idéntica al yo, a “mí”. El buscador ignora la evidencia de que el “problema” reside en la búsqueda misma, porque toda búsqueda implica que ahora hay algo equivocado. La búsqueda es la negación de la presencia absolutamente sencilla y evidente que es idéntica a este momento. Este es el milagro que tanto nos hemos esforzado en buscar a lo largo de toda nuestra vida… y que siempre ha estado delante de nuestras narices: La paz, el amor y la alegría ya están aquí, ahora mismo.
El mensaje de la no-dualidad es muy sencillo: no existe nada separado. En esta aparente separación se asienta todo lo que el individuo hace. Ella es la que impulsa la búsqueda espiritual, la búsqueda de la disolución del ego y toda búsqueda mundana. Este es un mensaje que la mente que busca (es decir, “tú”, el individuo) no podrá entender, porque implica su propia disolución, es decir, su muerte. Pero por más que este mensaje sea la muerte, también es la vida. La vida siempre se despliega aquí y ahora, pero la mente, que es una negación de la vida, no puede aceptarlo. Y como la mente no puede apresar la totalidad, crea un pequeño reducto de conocimientos, valores y significados. Pero por más bien que esté, el intelecto jamás podrá entender la inmensidad de la vida, porque la vida es previa al intelecto y emerge de esa totalidad.
El mensaje de la no-dualidad es muy sencillo: no existe nada separado. En esta aparente separación se asienta todo lo que el individuo hace. Los pensamientos que ahora emergen no son “mis” pensamientos, sólo son pensamientos; no son “mis” problemas, sólo son problemas, y ésta no es “mi” vida, sólo es la vida. La vida se despliega y yo estoy simultáneamente inmerso y ausente de ella. Y la vida nunca deja de desplegarse. La vida jamás se detiene, ni ahora ni nunca. Ella es la que impulsa la búsqueda espiritual.
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