por Jeff Foster
Todos esos conceptos espirituales (que “no hay un yo”, que “no soy el cuerpo”, que “el dolor es una ilusión”, que “no existe la muerte”) encierran una gran belleza; cuando se oyen y se utilizan de la manera correcta, pueden ayudarnos de verdad a volver a la libertad que está siempre presente en medio de cada experiencia, incluso de las más dolorosas.
Sin embargo, también es muy fácil malinterpretarlos y hacer un mal uso de ellos. Se pueden emplear también para negar la realidad de nuestra experiencia presente, y, en ese caso, nos hacen sufrir más todavía. ¡El concepto “no existe el dolor” puede ser simplemente una vía de escape que encuentran los buscadores para evitar sentir el dolor que sienten en el momento! El concepto “este no es mi cuerpo” se puede usar para evitar hacer frente a los pensamientos y sentimientos desagradables que tienen acerca de su cuerpo.
El concepto “no hay un yo” o “todo es impersonal” se puede utilizar para negar sentimientos y emociones humanos muy íntimos ¡y personales, que simplemente nos piden que los acojamos profundamente en el espacio impersonal que somos. A este fenómeno consistente en utilizar los conceptos espirituales para negar emociones y sentimientos humanos que nos parecen inaceptables, se le ha llamado con frecuencia “evasiva espiritual”.
Y del mismo modo, decirle a alguien que sufre un dolor terrible que “el dolor no existe, que solo hay Unidad” puede ser una manera de invalidar su experiencia del momento presente, aunque lo hagamos con la mejor intención; puede ser un modo de hacerle sentir que “no sabe” y que tú “sí sabes”. Decirle este tipo de cosas puede ser de hecho una forma de arrogancia por tu parte.
La verdad es que su dolor, en ese momento, es real para ella, y si queremos encontrar la integridad, la completitud, en la experiencia presente, debemos primero validar y honrar esa experiencia presente, por muy ilusoria que percibamos que es, y, a partir de aquí, seguir avanzando para descubrir qué es realmente verdad.
Me encuentro contigo en tu sueño; exploramos el sueño juntos, y finalmente vemos que es un sueño y descubrimos la verdadera naturaleza de la realidad.
Si alguien sufre, limitarnos a decirle que en realidad no está sufriendo, o que el sufrimiento es una ilusión, no pone fin a su sufrimiento. Si sufres, limitarte a creer que eres un “nadie” que ha experimentado el despertar y que, por tanto, no sufres no va a cambiar nada.
Recuerda que, aunque en última instancia una ola sea el océano, aún parece ser una ola, y al ignorar o invalidar su apariencia de ola, estás en realidad rechazando al propio océano.
La libertad reside siempre en lo que es verdad ahora mismo; no en lo que pienso que es verdad, ni en lo que me han dicho que es verdad, ni en lo que creo que es verdad, sino en lo que de hecho es verdad en este momento, en esta experiencia presente, en estos pensamientos, en estas sensaciones y estos sentimientos.
La verdadera libertad reside en admitir lo que es verdad. Y lo que es verdad ahora mismo es que el dolor ¡vaya si duele! -ya sea mío o no, ya sea real o nada más que un sueño, ya haya aquí “alguien” que sufre o no haya “nadie”, ya haya solamente unidad, “dosidad”, “tresidad” o lo que sea-, y ni todas las ingeniosas prestidigitaciones mentales del mundo van a poner fin a ese dolor en este momento.
Intelectualizar el dolor, filosofar o pensar sobre él no le pueden poner fin. Limitarnos a añadir la creencia de que “no eres tu cuerpo” o de que “en realidad no hay nadie aquí” a la experiencia dolorosa no va a hacer que la situación mejore lo más mínimo. Ese tipo de creencias son simplemente otros roles que uno adopta, otras religiones. No estás bien, pero finges que sí lo estás para parecer espiritual o iluminado. Sufres, pero tienes que fingir que no sufres, para poder continuar sosteniendo en alto la imagen de que eres alguien que ha trascendido el sufrimiento. ¡Qué agotador!
No, la libertad de la que hablo no tiene nada que ver con escapar de la vida tal como es, ni de fingir ser algo que no eres. Tiene que ver con una honestidad total, radical, con ver la realidad tal como es, admitiéndola, en ambos sentidos de la palabra. “Admitir” es una palabra preciosa; significa tanto “decir la verdad” como “dejar entrar”. Admitir la experiencia presente -decir la verdad sobre lo que realmente está presente- es reconocer que lo que está presente ya ha sido admitido en la vida. Las olas que aparecen en el presente ya han sido admitidas en el océano, y admitir que existen es la esencia absoluta de esta Enseñanza. ¡Despertar consiste solo en admitir quién eres realmente!
La verdadera sanación no radica en escapar del sufrimiento y alcanzar la completitud en algún momento futuro, sino en ver esa completitud aquí, justo ahora, justo en medio del sufrimiento. No debería sorprendernos que las palabras “completo”, y “sanar”, tengan la misma raíz. Sanar es redescubrir la completitud aquí y ahora. Sí, la verdadera sanación nada tiene que ver con escapar del dolor y conseguir una completitud futura; la verdadera sanación, por muy paradójico y contradictorio que suene, está de hecho aquí, en medio del dolor.
No sanarás “algún día” (esa vuelve a ser la voz del buscador); ya estás sanado. Lo que eres ya está completo, aunque no te des cuenta, al igual que la ola que va y viene en el océano es inseparable del propio océano. Incluso en tu dolor, estás sanado. Como en el caso de las creencias espirituales a las que antes me refería, estas son palabras muy bellas. Pero, ¿cómo reconocer esa sanación incluso en medio de las experiencias más dolorosas? Porque no basta con creer que ya estamos sanados.
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One Response
Melina
Muy interesantes todos sus articulos muchas gracias