por Wayne W. Dyer
Usted en sí mismo es un sistema energético perfecto. Sí, sí, me estoy refiriendo a usted, querido lector. No necesita controlar que su cuerpo funcione como es debido. Ni verificar las acciones que su cuerpo ejecuta en su forma. Ni comprobar que todo su sistema funcione. Él, por su propia cuenta, ya lo hace, y sin recibir ninguna orden de usted. De hecho, si pretendiera intervenir en las funciones de su cuerpo, no haría más que oponerse al fluir de su energía y a su funcionamiento sistemático. Pongamos un ejemplo.
Imagínese comiendo una ensalada de lechuga. Piense en todas las funciones que usted y esa lechuga deben realizar para asegurarse su nutrición. La saliva fluye automáticamente en su boca para facilitarle la masticación. Usted ni siquiera advierte ese hecho. Sucede sin percatarse. Luego, cuando se la traga, los músculos peristálticos de su garganta se encargan de que la lechuga descienda por el esófago. Este proceso tiene lugar sin que usted intervenga en absoluto. Tampoco es responsable de que ciertas sustancias de la verdura circulen por su sangre.
Los procesos digestivos hacen precisamente lo que deben y transforman la lechuga en alimento que se distribuye por las zonas que más lo necesitan. Así, por ejemplo, los nutrientes destinados al páncreas nunca se equivocan de rumbo y se dirigen al dedo gordo del pie. Usted nunca ha tenido que emprender ninguna acción dentro del sistema que es usted con el fin de obtener su adecuado funcionamiento. Una vez se traga la lechuga ya no le queda ninguna atadura con respecto a ella. El proceso que ella sufrirá en su cuerpo ya no requiere ninguna atención por su parte. Usted no interviene en los sistemas digestivos, respiratorios o excretores. Sencillamente, funcionan autónomamente.
Del mismo modo, y por poner otro ejemplo, su corazón late miles de veces al día. ¿Se ha molestado en alguna ocasión en controlarlo? Por supuesto que no, porque ese órgano es un mecanismo automático y perfecto que funciona con total independencia.
Ya se habrá dado cuenta de que en su propia vida tienen lugar muchas funciones en las que usted no influye en absoluto. Todas ellas se ejecutan perfectamente porque guardan una relación armoniosa con principios universales superiores. Toda interferencia por su parte no haría más que desviar el curso natural de las cosas, y en consecuencia dañaría la perfección que usted representa.
El universo es un sistema de sistemas parecido al perfecto sistema que funciona en el ser humano. También funciona según principios que escapan a nuestro entendimiento y control. Y lo que es más importante, funcionan a la perfección cuando no nos inmiscuimos en ellos y permitimos que la energía circule sin impedimento alguno. Usted, al igual que esa lechuga, realiza su función perfectamente. Esta es la inteligencia que subyace a la forma. Esta es la fuerza, o el Dios, o el espíritu, o como prefiera llamarlo, que es parte integrante de toda forma y que trabaja en armonía sin interferencia o atadura alguna.
Hace un momento usted era el sistema que se servía de la lechuga. Ahora imagínese que es una hoja de lechuga gigante. Siga el proceso de transformación y conviértase en la imaginaria lechuga que forma parte de la imagen más inmensa que pueda concebir, el lugar que ocupa en el universo. Usted también es una porción de energía que fluye perfectamente dentro de un sistema mayor que está dentro de otro gran sistema que apunta al infinito. Usted también puede ejecutar aquello para lo que se le ha designado, siempre que no interfiera en el sistema perfecto.
No tiene que hacer lo que supone que es su papel; tiene que dejarse llevar, como la lechuga, y todo seguirá su curso. Debe comprender que toda atadura que usted tenga respecto a cómo se supone que las cosas deben ser, entorpece de alguna manera su perfecto funcionamiento dentro del sistema superior. Tampoco debe olvidar que todas las cosas de las que usted dependa producen ese efecto entorpecedor de funcionamiento del sistema energético; es como si la lechuga recogiera una maleta al pasar junto a los intestinos y cargara con ella durante todo el viaje por su cuerpo. Ya puede imaginarse lo que sucedería si la lechuga decidiera llevar más cosas creyendo que eso redundaría en un mejor viaje. Ello afectaría no solamente a la lechuga, su estómago y su respiración, sino también a su propia existencia.
Naturalmente, soy consciente de que somos mucho más complejos que una hoja de lechuga. Pero la analogía nos sirve para recordarnos que los principios universales funcionan a la perfección cuando no existe interferencia alguna o ayuda por ningún lado. Si aplica el principio universal a su vida diaria, descubrirá que está funcionando con plena libertad y en armonía con el sistema energético universal. Y aún hay más. Se dará cuenta de que está permitiendo que la energía procedente del universo fluya por todo su cuerpo sin interferencias.
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