Educando Nuestro Interior 12

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El Amor en la Inofensividad.

Una contemplación dinámica de nuestro ser verdadero revelaría nuestra unicidad esencial con la creación. La física nos enseña que todo en el Universo afecta a todo lo demás. A través de asirnos a la verdad por medio del amor, podemos llevar a cabo acciones correctas. Esto asegura la paz. Es este estado de paz el que nos hace asir esa verdad. Este conocimiento de la unicidad de la creación dará por resultado que el individuo se identifique con el todo de la creación. Esto resultará en armonía y total inofensividad o no-violencia.

Una persona que está en el estado egoísta del amor nunca podrá manifestar esta no-violencia porque como quiera que está en pos de sus egoístas intereses, no podrá evitar herir a otros y haciendo eso se está haciendo daño a sí mismo.

El individuo que está manifestando amor mutuo, siempre manifestará cierto grado de violencia hacia otros. Esto es así porque, al tratar de conseguir el beneficio para los que ama, habrá la tendencia de herir a los que no ama.

Es solamente a través del amor inegoísta que se manifiesta la inofensividad o no-violencia. La no-violencia en este estado no surge de la debilidad. Tiene sus raíces en el poder. Esta fuerza se consigue del conocimiento basado en la energía universal del amor.

En sus corazones debería implantarse firmemente el amor, debería llegar a ser parte de ellos. Nuestro amor no debería ser algo que decaiga o que huya de nosotros. Ni debería poder ser descartado, ni debería disiparse ni marchitarse. Deberá ser este amor estable, desinteresado y sublime, el que con propiedad se llame VERDADERO AMOR. Por medio de tal amor, uno podrá alcanzar a Dios, quien es el amor personificado. Si sondeáramos un poco más profundamente, hasta en las cosas más comunes podríamos entender su sentido.

Si desean ver al sol que se levanta en las primeras horas de la mañana, no necesitan recurrir a cosas artificiales, como una linterna o una lámpara. Pueden ver al sol por su propio resplandor, tal como ven la luna por la fresca luz que refleja. Para verlos, no necesitamos de ninguna fuente exterior de luz. De manera similar, si desean lograr este sentido del conocimiento y del amor, los medios que necesitan son solamente el conocimiento y el amor. El amor es fulgor, el amor es, verdaderamente, su vida, el amor es Dios. Por ello, deberían esforzarse por obtener a Dios a través del amor. Y es este amor puro el que Dios busca en ustedes.

No obstante, el hombre no entiende la naturaleza de este amor puro. Le da diferentes interpretaciones, versiones distorsionadas y se confunde a sí mismo en este proceso. Los cambios que observa se deben a que su sentido del amor toma diversas formas, nada tiene que ver con el Amor de Dios. Cuando la superficie del agua permanece quieta pueden ver en ella también quieto el reflejo de la luna. Pero si esta superficie se agita, también el reflejo de la luna se agitará. Si el agua está sucia e impura, también será sucio e impuro el reflejo de la luna en ella. El caso es que la mugre y la suciedad que ven están en la naturaleza del agua y nada tiene que ver con la luna.

Así también, si su corazón está agitado, aparecería agitado e inestable el Dios que reside dentro. Por ello, si el corazón está lleno de esta indolencia y pereza, Dios se les aparece como inerte, perezoso. En cambio, un corazón que sea sagrado, real, permanente y duradero, les mostrará a Dios en esa misma forma. Porque Dios nada tiene que ver con lo que el individuo lleve en el corazón, ya sea que éste tenga una naturaleza inestable o se mantenga puro y sacro. Porque, dentro de todo, Dios permanece eternamente puro, sacro y noble. Lo que hacemos, entonces, es que observamos lo que es el humano y pintamos a Dios de acuerdo a ello, lo que es un error. Dios (como lo conocemos) está hecho a nuestra imagen y semejanza.

Nuestros pensamientos han de mantenerse puros; deberíamos tener en nosotros, todo lo que es noble y, entonces, mirar a Dios. Pero, ¿es posible lograrlo?

-¿Cuál es la ofrenda que hemos de presentarle a Dios?

“Oh Señor, te ofrezco ese mismo corazón con que me has dotado”.

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-¿Qué otra cosa te podría dar?

“¡Te ofrezco este corazón a través de mi intensa y sincera plegaria, Señor! ¡Sé bondadoso y acéptalo! No hay nada nuevo que pueda ofrecerte, de modo que te presento lo que Tú me has dado”.

Orar significa dar un salto de corazón hacia Dios; un grito de amor agradecido desde la cima de la alegría o desde el fondo de la desesperación; es una fuerza inmensa, sobrenatural que te abre el corazón y te une a Jesús”.

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