El Amor en la Paz.
Cuando nuestra conducta es guiada por el “ejercicio sin errores de la voluntad humana”, experimentamos un estado de calma y ecuanimidad que es la verdadera paz. Este equilibrio está muy delicadamente balanceado. Uno puede perder su paz muy fácilmente si dicha paz está basada en verdades transitorias con sus consiguientes acciones. Si está guiada por el amor, la paz será más permanente.
El egoísta podrá conseguir satisfacciones momentáneas cuando consigue alguna gratificación, por ejemplo, ganar mucho dinero. Pero muy pronto esta alegría se disipa y se vuelve a sentir el sentimiento de insatisfacción con su correspondiente desbalance emocional. En el caso de amor mutuo, se consigue el balance emocional, pero también éste se trastorna cuando los seres amados experimentan alegría o tristeza. Solamente en los altos niveles del amor se puede experimentar la totalidad de la paz. Si bien el que está inmerso en la paz tiene una calma perfecta, esto no quiere decir que esté inactivo. Lejos de eso, el que está inmerso en la paz puede estar en acción constante, guiado por la voluntad humana que saca su fuerza de esta verdad primordial: la unicidad de toda la creación.
Cuando hay amor inegoísta, por lo tanto, no hay alzas ni bajas, y la contemplación de las alzas y las bajas y la contemplación de la propia realidad asegura la armonía con el ser verdadero y esto a su vez asegura el perfecto equilibrio. Swami Vivekananda describe la interrelación entre la acción amorosa y la paz en las siguientes palabras:
“Todo acto de amor tiene como reacción paz y bendiciones. La existencia real, el conocimiento real, y el amor real están eternamente interconectados. Son tres en uno: donde quiera está uno de ellos, los otros también deben estar; son los aspectos verdaderos del Uno: Existencia–Conocimiento–Bienaventuranza”.
Para buscar paz no hay necesidad de ir a ninguna parte más. Como el oro y la plata que permanecen ocultos debajo de la tierra, las perlas y los corales en el mar, la paz y la alegría también permanecen ocultas en las actividades de la mente. Deseoso de adquirir estos tesoros ocultos, si uno se sumerge y dirige las actividades mentales hacia el interior, se llena de Amor. Solamente aquellos que se han llenado de ese Amor y viven en la luz del mismo pueden ser llamados humanos.
Esa cualidad santa del Amor no se manifestará sólo a ratos; tendrá que estar siempre presente e inalterable. Ella es una e indivisa. Quienes están saturados de amor son incapaces de rencor, egoísmo, injusticia, error y mala conducta. Los corazones llenos del néctar del Amor denotan lo genuinamente humano. Amor es aquello inmaculado, desinteresado, libre de impurezas y continuo.
Los humanos que se empeñan en las acciones suaves y dulces de la benevolencia, de la rectitud, del amor y de la verdad, tienen la posibilidad de realizar y manifestar la propia inmortalidad:
“Padre, enséñame a ser calmadamente activo, y activamente calmado. Haz que yo pueda ser un príncipe de Paz, sentado en el trono de la serenidad, gobernando el reino de la actividad. Abre Tú, Señor, la reja de pétalos del capullo de nuestro corazón, y pon en libertad a la cautiva fragancia del amor. La dulce esencia irá flotando en los vientos de nuestras percepciones espirituales hacia Tu templo secreto. ¡Oh Adorable! Queremos que nuestra brisa anhelante acaricie Tus ocultos pies”.
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2 Responses
Marcelo Acosta
GRACIAS GRACIAS GRACIAS
Carmen Fernández Pozo
Gratitud por la constente información para el avance anhelado.