En Casa

amma11En toda nueva empresa que realicen resérvenle un sitio a Dios. Los que no tengan la posibilidad de construir una estancia aparte destinada a la adoración, al menos pueden reservar un espacio en su habitación para la meditación o el estudio espiritual. Ese lugar sólo debería utilizarse para prácticas espiritua­les. No releguen a Dios al cuchitril de debajo de la escalera. Deberíamos vivir como servidores de Dios y no reservarle el sitio de los criados.

Durante el crepúsculo, enciendan una lámpara llena de manteca purificada o de aceite vegetal y que todos los que viven en la casa se reúnan a su alrededor para cantar himnos y meditar un rato. No obliguen a nadie a asistir a la adoración. No se atormenten si alguien no se les une. Antaño, recitar oraciones en el momento de ponerse el sol era una práctica habitual en todos los hogares. En la actualidad, ha caído en desuso y todos nosotros padecemos las consecuencias de este descuido. Durante la puesta del sol, cuando el día se une a la noche, la atmósfera se hace impura. Al meditar y al entonar los cantos devocionales, incre­mentamos la concentración del espíritu, lo cual purifica la mente tanto como la atmósfera. Si en vez de hacerlo, nos abandonamos a conversaciones inútiles y a diversiones frívolas, las vibraciones del mundo acrecentarán la contamina­ción de nuestra mente.

Hijos míos, deberíamos constantemen­te esforzarnos en cultivar la visión de la unidad y no la de la diversidad. No es necesario colocar otra cosa que no sean las imágenes del Maestro y de las divinidades bienamadas de los miembros de la familia en la estancia reservada a la meditación. Tanto la estancia como las imágenes deberían limpiarse cada día. Hay quien posee imágenes especiales de los dioses que fijan en la pared los días de fiesta, como el aniversario de Krishna, algún Santo, etc. No hay ningún mal en hacerlo. La leche, sea cual sea su nombre, es siempre la misma sustancia nutritiva. Igualmente, el Señor, aunque sea conocido bajo di­versos nombres, es siempre el mismo. Es bueno fijar en la pared de la habitación una fotografía del Maestro o de nuestra amada divinidad de forma bien patente. Quitarles el polvo y limpiarlas todos los días ayuda a desarrollar la atención consciente y la devoción.

albahacaHijos míos, antaño, cada hogar tenía una planta de albaha­ca sagrada y un rincón donde cultivarla. También era práctica habitual cultivar plantas que producían flores aromáticas destinadas a la adoración cotidiana. En la actualidad, han sido sustituidas por plan­tas de ornamentación (artificiales) y por cactus, cosa que refleja los cambios habidos en la disposición interior de las personas. Una planta de albahaca o algún árbol determi­nado se consideraban sagrados y se les suponía capaces de traer prosperidad a la casa que los cultivaba y veneraba. Hay que regarlos cada día y, al entrar o salir de casa, debemos rendirles homenaje. Los antepasados tenían la costumbre de tocar la tierra antes de poner los pies en el suelo al levantarse por la mañana. Se postraban ante el sol como ante la encarnación de la Divinidad y de Aquel que da la vida.

Vivían en armonía con la naturaleza. Veían la esencia de Dios en todo. Poseían la alegría, la paz y la salud, generadas por una tal disposición del espíritu.

Plantas como la albahaca y muchas otras flores perfumadas poseen también propiedades medicinales. Culti­varlas cerca del hogar ayuda a purificar la atmósfera. Quienes poseen suficiente te­rreno alrededor de su casa pueden tam­bién cultivar un jardín de flores. Debería­mos cantar siempre nuestro mantra al practicar la jardinería. Y al mismo tiempo, ser conscientes de que las flores destina­das a la adoración nos ayudan a mantener presente en nuestro espíritu el recuerdo de Dios.

Cada uno de los que vive en la casa debería utilizar una parte de su terreno al cultivo de árboles y plantas que purifican el ambiente y contribuyan a mantener la armonía con la naturaleza. Antaño, cada casa poseía un bosquecillo y un estanque contiguos. Tanto los que vivían en la casa como toda la comunidad, disfrutaban de sus beneficios.

Hijos míos, la irradiación de una casa no es efecto de su brillo exterior, sino de su limpieza. No piensen nunca que ésta sea tarea de las mujeres o de alguien en particular. Es preferible que cada uno de los que viven en la casa ponga algo de su parte. Las costumbres tradicionales, como la de quitarse los zapatos al entrar en la casa y la de poner agua delante de ella para que la gente pueda lavarse los pies antes de entrar, contribuyen a fomentar un sentimiento espiritual de respeto ha­cia el lugar donde vivimos.

Hijos míos, traten a los criados con dignidad. No vulneren el respeto que se tienen a sí mismos. No les den los restos de la comida. Deberíamos tratarlos como a hermanos y hermanas.

Hijos míos, miren la cocina como un lugar de adoración. Debe estar ordenada y limpia. Esperen a cocinar sólo después de haber tomado el baño de la mañana y de haber cantado su mantra. Debe­ríamos visualizar la forma de nuestro Maestro o de nuestra amada divinidad en las llamas. Imaginemos que cocinamos los alimentos para dárselos como ofrenda. Imaginen que la divinidad recibe la esen­cia del alimento antes de servido a la mesa. Antes de retirarlas, por la noche, asegúrense de que la cocina esté limpia. La vajilla debe lavarse y ponerse a secar. Todos los alimentos han de estar en su sitio.

Hubo un tiempo en que, en cada casa, los niños expresaban su amor y daban muestras de respeto a sus padres y a sus mayores. En la actualidad, estas cos­tumbres prácticamente han desapareci­do. Los cabezas de familia deberían con­vertirse en modelo para sus hijos, mos­trando respeto a sus propios padres. ¿Por qué deberían los niños respetar a sus padres si éstos no lo hacen con los suyos propios, ya ancianos? Los padres debe­rían dar ejemplo para que sus hijos les imitaran.

Si se marchan de casa para emprender un viaje, partan sólo después de haber rendido homenaje a sus mayores. Los niños deberían adquirir la costumbre de despedirse de sus padres antes de ir a la escuela. La humildad y la modestia atraen hacia nosotros la gracia de Dios.

Todos los que viven bajo un mismo techo deberían tomar parte en las tareas domésticas. Hacerla así fomenta el amor entre los miembros de la familia. Los varones no deberían considerar los traba­jos culinarios como exclusivamente fe­meninos, ni mantenerse aparte. Deberían ayudar en la medida de lo posible. Y encargar también a los niños tareas que pudieran desempeñar con éxito.

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