Cuando el sol asciende a lo más alto del cielo, en junio, transita por el signo de Géminis, la constelación que imprime en el cuerpo-templo humano una doble influencia.
Gobierna todas las dualidades del cuerpo: Pulmones, hombros, brazos y manos en particular. Contiene también el arquetipo cósmico del perfecto andrógino, en el que las potencialidades masculina y femenina están en equilibrio. Esta es la consecución de los Iniciados en los Grandes Misterios de Cristo. Esa adquisición produce la inmunidad ante la enfermedad y el paso del tiempo.
Y, como su conciencia no se interrumpe, estén o no en la carne, no experimentan nunca la muerte, tal como nosotros la concebimos, ya que su conciencia está centrada en la inmortalidad ininterrumpidamente.
La oleada de vida arcangélica ha alcanzado un estatus en el que puede funcionar en cuerpos perfectamente polarizados. Ello no es posible para los ángeles menos evolucionados ni para la Humanidad. Es, sin embargo, posible para miembros de aquellos reinos el descender de su elevado estado a formas inferiores de expresión.
La Caída de los Ángeles se recoge en la Biblia con relación a la Guerra en los Cielos, cuando Lucifer y sus seguidores fueron expulsados de su plano. La Caída del hombre tuvo lugar, según el Génesis, cuando Adán y Eva (la Humanidad infantil) perdieron el Jardín del Edén.
La Redención de ambas caídas exigió unos poderes más elevados de los que ambas oleadas de vida poseían. Tenían que proceder del nivel arcangélico. Y vinieron: Cristo, el más evolucionado de los arcángeles, se convirtió en el maestro y redentor de ambos, los ángeles caídos y la humanidad. Esta es una de las más profundas verdades asociadas con el misterio de Cristo.
El arquetipo del andrógino perfecto fue proyectado por la Jerarquía de Géminis a su signo opuesto, Sagitario. La Jerarquía de Sagitario (Señores de la Mente) imparte esta iluminadora enseñanza a los más avanzados pioneros de la Tierra.
Tras la venida de Cristo, el desarrollo posterior de la mente humana pasó, de estar a cargo de Escorpio, a estarlo de Sagitario. Considerando las maravillas de la mente, sus poderes creadores y su capacidad de rodear la Tierra en un instante y contemplar la vastedad del espacio cósmico – aunque, de momento, sólo una fracción de ella está en actividad – podemos tener un lejano vislumbre de la trascendente gloria de la Jerarquía de Sagitario, cuyo vehículo más denso, el correspondiente a nuestro cuerpo físico, está compuesto de materia mental.
Ello indica también los sublimes poderes que esperan al hombre cuando alcance tal desarrollo.
Para un alma que ha despertado, la meta suprema en el desarrollo de la mente es su Cristificación. Esta consecución es, sin embargo, patrimonio de muy pocos. La mayor parte están aún empapados en el materialismo de la mente concreta, que generalmente se enfoca en propósitos mundanos y en intereses pertenecientes al excluyente yo.
En tanto que tales asuntos sean los que llamen la atención del hombre, habrá una carencia de percepción espiritual y una escasa constatación de las realidades pertenecientes a los mundos internos y a la mente universal. Ni habrá ninguna continuidad de conciencia; en todo caso, algunas veces tan sólo, temor ante las experiencias enfrentadas en el mundo espiritual durante los intervalos entre vidas.
El resultado de una conciencia tan sumamente aislada de las realidades espirituales es el materialismo, que condiciona al mundo de hoy. Éste, sin embargo, no es sino una fase temporal en el desarrollo de la Humanidad.
Como se está derramando más luz añadida sobre el sendero de los que luchan por la santidad, la comprobación de las realidades espirituales que subyacen a todas las manifestaciones físicas y temporales, se hará cada vez más clara y más fuerte.
El insistente esfuerzo de tales aspirantes por hacerse dignos de hollar el Sendero de la Santidad atraerá cada vez más luz.
Mientras el Sol transita por el signo de Géminis, la luz de Cristo se difunde en una aura esférica, alrededor de la Tierra, que capacita a los Iniciados en el Sendero de Santidad para alcanzar la presencia de poderosos seres, conocidos como Serafines, cuya grandeza y poder sobrepasan cualquier descripción.
Bajo su sublime ministerio se imparten enseñanzas relativas al misterio de la polaridad, con las que se aprende que la interacción armoniosa entre las energías masculinas y femeninas (los elementos positivos y negativos de la naturaleza), constituye la fuerza motriz de todo, desde el átomo hasta el planeta.
Los alquimistas medievales se referían a esta perfecta unión, esta polaridad, como la combinación del fuego y el agua. Esta unión está vívidamente simbolizada en Jaquín y Boaz, las dos columnas de todo templo masónico, y es el tema del glorioso canto iniciático de Salomón. Es a la polaridad a la que Salomón se refiere al decir: «Mi amado es mío y Yo soy suya; él se nutre entre los lirios».
Cuando un iluminado sigue el Sendero de la Santidad que conduce a esta exaltada esfera, se le permite estudiar las maravillas del cuerpo andrógino, la forma que el cuerpo humano adoptará en una futura etapa de su desarrollo. Como se ha dicho, la Jerarquía de Géminis, o sea, los Serafines, proyecta sobre la Tierra ese glorioso arquetipo cósmico.
Y, cuando la humanidad esté preparada para recibirlo, sus fuerzas descenderán, transportadas hasta el hombre por la Jerarquía de Sagitario.
Cuando el hombre conoce las maravillas de ese arquetipo cósmico y los milagros del cuerpo de Sagitario, construido enteramente de materia mental, empieza a comprender algo del exaltado destino que le espera. Con profunda reverencia y gran humildad entona en su interior la nota clave bíblica de Géminis: «Está tranquilo y sabe que Yo soy Dios».
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Nota. Notas de Corinne Heline, Fraternidad Rosacruz de Max Heindel.…
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