Educando Nuestro Interior 21

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Integridad.

Las técnicas que se dominan en el mundo de hoy y la educación que se busca, puede que hagan que una persona se vuelva más lista, pero nada más. ¿De qué sirven estas técnicas y esta educación, si no pueden hacer que la persona sea culta? La esencia misma de cada cosa es el CARÁCTER. Uno puede llegar a dominar una gran cantidad de técnicas, pero sin CARÁCTER como algo inherente, ¿qué valor tendrían las técnicas y esta forma de educación?

Mientras mayor sea el número de técnicas que dominen y los tipos de educación que reciban, mayor será también el número de deseos y necesidades. No hay duda de que uno se convierte en un héroe en términos de anunciar palabras vacuas y carentes de sentido, pero es un cero en lo tocante a la acción. Ser listo está bien, en cierto sentido, pero, ¿qué es lo que se ha ganado al hacerse listo o extremadamente hábil, si ni siquiera una fracción de lo que uno ha llegado a saber se traduce en acción pura?

Más que todas las edades anteriores (Eras), la Edad de Hierro, la Edad del Mal, el Kali Yuga ofrece senderos variados a través de los cuales el hombre puede adquirir discernimiento. Si lo que se necesita es educación, hay tantas escuelas e instituciones como ustedes las precisen, y si uno busca la riqueza, hay diferentes caminos por los cuales, con esfuerzo, puede ser obtenida honorablemente. A pesar de esto, sin embargo, no se acrecienta la felicidad o paz humana. En verdad, hay mucha más miseria que en épocas anteriores.

¿Cuál es, entonces, la razón? La razón está en el comportamiento humano, en la misma manera del vivir del hombre… La vida humana es indudablemente la más elevada en evolución, y para darle significado es indispensable el esfuerzo espiritual, un esfuerzo que sea puro y santo. Para esta forma de vida, el carácter es lo más importante.

El carácter hace a la vida inmortal; él sobrevive a la muerte. Algunos dicen que el conocimiento es poder, pero esto no es verdad. El carácter es poder. Aun la adquisición de conocimiento exige un buen carácter. En consecuencia, todos deben anhelar obtener un carácter sin tacha, sin huella de mal. Entre las cualidades que hacen intachable a un carácter, las del amor, paciencia, auto-control, firmeza y caridad son las más elevadas y tienen que ser reverenciadas.

Los cientos de pequeñas acciones que realizamos todos los días se convierten en hábitos; estos hábitos forman la inteligencia y moldean nuestra actitud y nuestra vida. Todo lo que tejemos en nuestra imaginación, buscamos en nuestros ideales, anhelamos en nuestras aspiraciones, deja una huella imborrable en nuestra mente. Distorsionados por estas impresiones, formamos nuestro conocimiento, nuestra imagen del mundo alrededor de nosotros, y es a esta imagen a la cual nos apegamos.

El presente del hombre no es sino el resultado de su pasado y los hábitos formados durante ese largo período. Cualquiera que sea la naturaleza del carácter que haya adquirido, no hay duda de que puede ser cambiada modificando los procesos acostumbrados de pensamientos e imaginación.

No es incorregible la maldad de ningún hombre. Con esfuerzo consciente se pueden cambiar los hábitos y refinar el carácter. El hombre tiene siempre dentro de sí, a su alcance, la capacidad de desafiar sus inclinaciones perversas y de cambiar sus malos hábitos. Mediante un servicio desinteresado, así como merced a la renunciación, la devoción, la oración y el raciocinio, los viejos hábitos que atan a los hombres a lo terrenal pueden ser desechados y nuevos hábitos que nos conduzcan a lo largo del sendero divino pueden ser incorporados a nuestras vidas.

El hombre cuenta con tres instrumentos que se le han otorgado: la mente que le involucra en el pensar; el poder del lenguaje que le permite comunicar sus pensamientos y el poder de la acción mediante el cual puede llevar a cabo lo que piensa, ya sea solo o en colaboración con otros, o para sí mismo o para otros.

Los instrumentos

La mente produce pensamientos que pueden ser útiles o perjudiciales. La mente puede llevar al hombre hasta la esclavitud, hasta involucrarse más profundamente con los deseos y los desengaños. También puede conducirle hacia la libertad, el desapego y la liberación de los deseos. La mente es un manojo de preferencias y aversiones. La mente (Manas) es el asiento del reflexionar sobre las experiencias mentales y sensoriales (manana).

La mente se dedica a dos actividades: planear y dialogar. Ambas siguen líneas diferentes. El planear se centra en resolver los problemas que se le presentan. El diálogo multiplica los problemas y mezcla las soluciones, causando confusión y llevando muchas veces a la adopción de medios equivocados y funestos para resolverlos. La conversación interna y el parloteo polemizante es ininterrumpido desde la mañana hasta la noche, hasta que el sueño vence a la mente.

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Esta charla constante termina por causarle perjuicios a la salud y anticipar la vejez. Los tópicos sobre los que se basa este parloteo tocan, en su mayoría, los defectos y carencias de otros y su fortuna o desgracia. Este diálogo perpetuo es uno de los grandes culpables de las miserias del hombre. Cubre a la mente con una espesa capa de tiniebla. Enloquece con facilidad y ayuda a suprimir el genuino valor de la naturaleza humana.

La conversación que ocupa la mente durante los períodos de vigilia persiste aun en el sueño y le roba al hombre un descanso que le es necesario. Y la suma total de todo este ejercicio, a decir verdad, equivale a cero. Ningún hombre podrá considerarse pleno y libre a menos que logre detener esto.

El segundo instrumento que se le ha dado al hombre para su elevación es el lenguaje, el uso de la palabra. El lenguaje está cargado con un tremendo poder. Cuando, por medio del lenguaje, le comunicamos algo a una persona que trastorne su equilibrio o que la haga sufrir, las palabras le extraerán toda su fuerza física y todo su coraje mental. Caerá al suelo, incapaz ya de mantenerse en pie.

Si, en cambio, comunicamos por medio del lenguaje algo alegre o inesperadamente alentador, la persona recibirá la energía de un elefante. Las palabras no cuestan ni un centavo, y, sin embargo, no tienen precio. Por ello, deben utilizarse con cuidado. No deben emplearse para el chismorreo, que es estéril, sino únicamente para propósitos puros y productivos. Los antiguos recomendaban el voto de silencio para purificar al lenguaje de todo lo nocivo. Una mente vuelta hacia lo interno, hacia una visión interna de Dios, y el lenguaje vuelto hacia la visión externa, podrán promover ambos la fuerza, el poder y el éxito espirituales.

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