Sabiduría.
Este mundo material objetivo es lo que se hace visible a nuestros ojos, lo que agrada a nuestros sentidos, lo que fascina a nuestra mente y lo que informa a nuestro cerebro.
Sin embargo, dentro de este mismo mundo, y penetrándolo, existe un mundo subjetivo, inmaterial, que resulta inalcanzable. Cuando éste llega a conocerse, ambos mundos se revelan como expresiones parciales de la misma e indivisible conciencia. Ambos se complementan recíprocamente en una Plenitud o Totalidad.
Desde lo Total, Pleno surge lo individual; es decir, el complemento. Cuando lo individual desecha el cuerpo material, en el que está encerrado, la conciencia universal vuelve a ser una Totalidad, el Principio de Aquello es Total, Pleno, esto es Total, Pleno; desde lo Total surgió lo Total; de lo Total cuando se toma lo Total sólo lo Total queda.
Son muchos los profetas que han logrado una variada experiencia de este estado de conciencia único en su género y que han visualizado en sus iluminados corazones el supremo secreto que subyace en la cautivante belleza del cosmos. Su compasión por el género humano los impulsó a comunicar su visión por medio del lenguaje de los hombres, para despertar en ellos la sed por sumergirse en esa bienaventuranza que le es innata al Alma. Es Sabiduría lo que produce este impulso en el corazón de los profetas.
El sonido constituye el núcleo mismo de las Escrituras Sagradas. El sonido se asocia con melodía y armonía, y de allí que las Escrituras deban ser escuchadas y deba derivarse éxtasis de ello. Esta es la razón por la cual son llamadas “aquello que es escuchado”. Por el solo hecho de escuchar se puede llegar a tomar conciencia del Alma y la bienaventuranza que esto confiere. La dicha así adquirida se manifiesta en palabras y obras que esparcen alegría entre todos los que nos rodean.
Sabiduría o el proceso educativo nos enseña que el Cosmos es una manifestación del juego del Señor y nada más. Esta verdad la declaran las Escrituras de la manera siguiente: “Este mundo es la residencia del Señor”. Por ello nadie puede albergar un sentido de posesión personal ni una traza de egoísmo. Renuncien al sentimiento de apego, sientan en todas partes la presencia del Señor.
Den la bienvenida a la bienaventuranza que el Señor, en cuanto personificación suya, les confiere, y experiméntenlo con agradecimiento y sin sentirse atados por ningún deseo. Este es el mensaje de los sabios y profetas.
Renuncien al sentido del “yo” y “tú” y sólo entonces podrán entender la gloria de aquello que no es ni “yo” ni “mío”. Esto no significa que deban renunciar a todo. La verdadera enseñanza (sabiduría) señala que debe tratarse con el mundo, tal como lo exige el deber, con un espíritu de desapego.
La sabiduría suprema, busca describir para el hombre las “características” del Alma. El Alma no tiene movimiento, pero está presente en todas partes. Hasta a los dioses les resulta imposible seguirle el paso, por rápidos que sean. El Alma revela su presencia mucho antes de que la logremos anticipar. Es inmutable y omnipresente. Señala que determinarla resulta una tarea imposible.
Cuando uno alcanza la sabiduría suprema, se diluye la diferenciación entre los “opuestos”: conocimiento e ignorancia; desarrollo y decadencia.
Hay místicos y sabios que han alcanzado este estado de Unidad Superior y la historia de sus esfuerzos y empeños ha sido santificada -gracias al estímulo que provee la Sabiduría- en variados textos.
Para sabios de esta calidad y de este nivel, resulta igualmente peligroso un polo que el otro polo. Están conscientes del misterioso origen y de las consecuencias de ambos. Han llegado a ser capaces de vencer la muerte y han logrado la inmortalidad.
“Pueden haber leído muchos libros. Pueden haber estudiado todos las Escrituras en su totalidad. Pueden haber llegado a dominar los más difíciles temas. Naturalmente, se sentirán orgullosos de su profundo conocimiento de todas las ramas del saber. Mas toda su vasta erudición será inútil si no llegan a juntar las palmas para adorar al Alma Suprema”.
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